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lunes, 31 de mayo de 2010

De relaciones humanas y otros acasos

Bonjour. Luego de ausentarme un par de días regreso y de la mejor forma posible: publicando un escrito propio. No los demoro más:

De Relaciones humanas y otros acasos (propios e impropios)


 En nuestra vida diaria, desde pequeños, somos acostumbrados a tratar con personas; éstas, frecuentemente, categorizadas en amigos/as, familia, pareja, novio/a, amante/s, etcétera. Ahora, sinceramente, ¿cuántas veces nos hemos detenido a pensar cómo tratamos, o bien, deberíamos tratar aquellos que me rodean? Tratar a los seres humanos como tales consiste en intentar ponerse en su lugar. Reconocer a alguien como semejante implica comprenderlo “desde dentro”. Cuando hablamos con otra persona, quién ahora es “yo” luego será “tú” y así sucesivamente en forma alternada y viceversa.
 Todos poseemos ciertos atributos/cualidades que son exclusivos de humanos y ajenos a animales salvajes o  plantas. Existe un “algo en común” a todos las personas que nos permite comunicarnos. Asimismo ese algo puede ser nuestra necesidad, casi innata, de querer ser tratados como humanos entre humanos. Nadie desea ser tratado como un perro (los masoquistas pueden considerarse excluidos de esta premisa). El habla es una de esas características tan propias de nosotros; aunque sea en lenguas distintas, podemos comunicarnos o, por ejemplo, ser capaces de interpretar una acción o ejercer juicio valorativo sobre la misma. Aquí entran en juego otros conceptos muy ambiguos, el del bien y el mal. Distinguir entre “lo bueno” y “lo malo” es un conocimiento que intentamos adquirir. A veces lo malo resulta bueno y lo bueno aparenta ser malo. Más aún en las relaciones humanas. Sin ir demasiado lejos; desde niños nos enseñan que mentir es “malo”, no obstante, en cuántas ocasiones recurrimos a las, comúnmente llamadas, “mentiras piadosas” para evitar dañar a terceros o, porqué no, en beneficio propio. Dos personas pueden discernir entre lo que consideran bueno o malo y, a pesar de tener criterios distintos, pueden discutir y comprender qué están discutiendo. Esto evidencia la semejanza reinante en inteligencia, capacidad de cálculo y proyección corriente a los Homo sapiens. Es válido afirmar que, al ser similares, pueden resultar tan peligrosos como cualquier animal. A fin de cuentas, ¿qué es más peligroso que un ser inteligente capaz de tender trampas, engañar, confabular, etc.? Ciertamente, uno podría “avivarse”, tomando como modelo de vida (si puede decirse así...), el tratar a mis congéneres como enemigos con el objeto de prevenir o evitar posibles perjuicios a futuro. Tristemente (para aquellos que hayan optado la actitud anterior) esto acarrea múltiples problemas (de convivencia, integración...) y aumenta potencialmente las posibilidades de que pierdas tu vida (de ahora hacia delante podríamos denominarlo “modelo de muerte”). Éste similar en capacidad no sólo los hace peligrosos, sino también, soberanamente útiles. Los seres humanos, en cuánto tales, me convienen y eso no se debe olvidar al interactuar con ellos. O acaso la  gran pirámide de Giza fue construida  por la labor de un único hombre.
  Retomando lo primero, al situarnos en el lugar del otro aceptamos que es tan real como nosotros podemos serlo.  La capacidad de ponerse en el lugar ajeno va más allá de escuchar sus razones, más bien involucra una vivencia comprensible de sus sentimientos, anhelos, esperanzas, dolores, etc.
De cualquier modo, tomar en serio a la otra parte no significa que se deba dar la razón en todo o justificar cada acto que realiza. Significa ser objetivo al ver las cosas como él las ve; no pretender ocupar su lugar y resolver sus cuestiones como si se tratara de “otro yo”.
  Finalmente, yéndome un poco de tema, quisiera hablar de los intereses. Nuestros intereses personales son exactamente igual de respetables que los de las demás personas (ni más ni menos). Pero estos no son “personales” en el sentido estricto de la palabra (personal) ya que dichos intereses nos conectan con otras realidades, con otras vivencias tan válidas como la nuestra. Existen cosas (o situaciones) que dependen de mi voluntad, sin embargo, no todo depende de ella porque en el lugar que nos toca estar conviven muchas voluntades y muchas necesidades que no controlo a mi gusto y placer. Hay que aprender a adaptarse a las distintas realidades singulares que conglomeran una única realidad: la que nos toca vivir.


Clark Miles.






 

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