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viernes, 13 de noviembre de 2015

Cristo en la cruz

Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?

J.L.Borges

martes, 10 de noviembre de 2015

Un perro ha muerto

Para un amigo que descansa en paz.


UN PERRO HA MUERTO

Mi perro ha muerto.

Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz iría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independienre
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.

Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.


Pablo Neruda


domingo, 25 de octubre de 2015

La anciana sombra

Extracto de "Los días de la Sombra" (La Saga de los confines 2) de Liliana Bodoc.


-¿Vieja Kush no temía partir con la muerte?
-Nada de miedo le tenía - dijo Wikilén-. Ni un poquito así de miedo. La mañana del día que se marchó me llevó bajo el nogal que crece a mitad de camino entre mi casa y el bosque. allí me estuvo hablando para que después yo no llorara.
-¿Puedes recordar lo que te dijo?
-Claro, Me dijo de entender a la hermana muerte.
-¿Podrías por favor contármelo?
-¿Tú no entiendes a la muerte?
-A veces creo que no -respondió la anciana.
"Ven Wikilén, siéntate a mi lado", le había dicho Vieja Kush, "voy a contarte de una que, a partir de esta noche, será mi hermana y compañera eterna. No te asustes cuando escuches su nombre; ni la culpes por hacer lo necesario. ¿Conoces a alguien a quién le agrade comer manzanas que pendan años y años de las ramas? Tampoco lo conozco yo. Y dime, ¿Cómo nacerían manzanas nuevas si las que ya cumplieron con lo suyo no dejaran sitio en las ramas? ¿Podríamos tu y yo ser viejas al mismo tiempo? ¿Quién le enseñaría a quién? La hermana Muerte carga con una tarea que todos comprenden pero pocos perdonan. Sin ella, los hombres no mirarían al cielo en las noches claras. Tampoco cantarían. Sin ella, no existirían ni el suspiro ni el deseo. Sin ella nadie en este mundo se ocuparía de ser feliz."



©2015 gonzalokenny.com

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Táctica y estrategia

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos

no haya telón
ni abismos mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites




Mario Benedetti

domingo, 7 de octubre de 2012

When you are Smiling

When you are smiling
smile for a while 

ocurre que tu sonrisa es la sobreviviente
la estela que en ti dejó el futuro
la memoria del horror y la esperanza
la huella de tus pasos en el mar
el sabor de la piel y su tristeza

When you are smiling
the whole world
que también vela por su amargura
smiles whith you


M. Benedetti

viernes, 20 de julio de 2012

De las Palabras y el Tiempo

Hoy muy breve. Mañana lo no-sabré.

Siempre es como si las palabras y su tiempo estuvieran desajustadas, como si lo que debiera decirte ya no fuese oportuno, o no lo será un día en que vos o yo faltaremos, y nada podrá ser dicho.






"El examen" (J. Cortázar)

domingo, 10 de junio de 2012

Elogio de la Bicicleta

Bona nit! ¡Cuánto tiempo sin publicar! Y aquí estamos con un fragmento de “Salven nuestras almas” de Samuel Schkolnik. Hoy un pequeño elogio a lo imprescindible de mi cotoneidad...¡las Bicicletas! sí, con mayúsculas. No es para menos.  Bueno menos palabrerío y más palabras:



En la penumbra del zaguán duerme su liviano sueño la bicicleta. No hay condición más modesta
que la suya: antecesora del avión, prima del automóvil, hermana de la motocicleta, se distingue
empero de sus rumbosos parientes en que no promete sino lo que es capaz de dar. Obra de artificio,
y sin embargo veraz, nada en ella anuncia una velocidad de vértigo ni una eliminación completa del
esfuerzo humano: basta con atender por un momento a su escueta arquitectura, para saber que nos
transportará de un lugar a otro siempre y cuando nos repartamos con ella ese trabajo.
Aceptada la declaración de humildad que su presencia conlleva, se nos revela no obstante que
ese rígido esqueleto, ese manubrio, ese par de ruedas, lejos de reducirse a una materialidad yacente,
configuran una materia dispuesta al júbilo del movimiento, como si su apariencia de quieta cosa
hubiese cifrado una invitación a la marcha, que nuestros torpes hábitos, hechos a ruidosos
mecanismos de arranque, no sabían percibir.
Seamos sensibles a esa recatada señal; que nuestra capacidad de responder no se limite al
público ofrecimiento recibido en la trajinada calle, sino que se ahonde hasta hacernos alcanzables
también por el gesto sutil que se nos destina en un recogido zaguán. Montemos, en fin, la bicicleta,
démonos a la levedad de su andadura, echemos a rodar en el fino encordado de sus ruedas el
sosegado compás de los pedales por el que se obtiene el equilibrio, y nos será dado conocer con
maravilla su corazón de ave pedestre, su sabia manera de acceder a la gracia sin desacatar la
gravedad: sólo dos puntos de contacto con el suelo mientras lo demás de su estructura se yergue
vertical, avanza, corta el aire y suscita el cabrilleo de la luz en sus metales.
Acaso para dar más fuerza a un sentimiento de levitación como el que ahora nos aligera el
alma, fue que los hermanos Wright, en su negra bicicletería, imaginaron las alas y el motor que
permitieran despegarse por completo de la tierra. Desdichada invención, por cierto, de cuya
desmesura tan dolorosamente se sabe en Nagasaki y en Guernica, y que, en vez de acortar las
distancias, acaba por lisa y llanamente suprimirlas. (Suprimidas las distancias, ¿qué resta de la
impresión de lejanía en que nace toda voluntad de traslación? ¿Qué viaje puede de veras serlo si su
destino es un trivial aeropuerto? ¿Quién es capaz de imaginar, en semejante escenario, no ya a un
mero James Bond, sino a Marco Polo?)
Más hubiera valido perseverar en la dos veces rotunda bicicleta que no en esos ingenios de
incertidumbre, porque el verdadero progreso no advenía en la imperial locomotora, ni en el
automóvil aspaventero, ni en el zarandeado tranvía, sino en una máquina simple como la que en esta
clara mañana nos transporta, feliz conjugación del triángulo y el círculo, capaz de moverse --como
los cielos de Pitágoras-- con armonía silenciosa, y de enseñarnos, por pura operación de su figura,
cuál es la forma de las entidades perfectas.
Pero ya una vez quisieron los dioses encerrar la esperanza en caja de calamidades; ¿qué tiene de
extraño que a la grácil bicicleta, pobre de solemnidad y rica de regocijo, la cercaran de torres ferruginosas
y chimeneas de melancolía? Dejemos que esas desgracias echen a volar y quedémonos con
este manso artefacto, democrática montura que sin tener humos --nunca tan atinadamente dicho--
sabe conducirnos a cualquier parte, recordándonos una y otra vez que el hombre es la medida de
todas las cosas: de las que son, en tanto que son, y de las que no son, en tanto que no son.
No echemos en saco roto su filosófica lección, y devolvámosla con gratitud al íntimo zaguán de su
paciencia.


Samuel Schkolnik











domingo, 13 de mayo de 2012

La ciudad y los intercambios

La ciudad y los intercambios 
(de "Las Ciudades Invisibles" de Italo Calvino) 


En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al
verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir
entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie
saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, husmean otras
miradas, no se detienen.
Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y
también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de negro que
representa todos los años que tiene, con ojos inquietos bajo el velo y los labios
trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el pelo blanco; una enana;
dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos, un intercambio de miradas
como líneas que unen una figura a la otra y dibujan flechas, estrellas, triángulos,
hasta que todas las combinaciones en un instante se agotan, y otros personajes entran
en escena: un ciego con un guepardo sujeto con cadena, una cortesana con abanico de
plumas de avestruz, un efebo, una mujer descomunal. Así, entre quienes por
casualidad se juntan para guarecerse de la lluvia bajo un soportal, o se apiñan debajo
del toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, se consuman
encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar una palabra, sin rozarse
con un dedo, casi sin alzar los ojos. Una vibración lujuriosa mueve continuamente a
Cloe, la más casta de las ciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus
efímeros sueños, cada fantasma se convertiría en una persona con quien comenzar
una historia de persecuciones, de simulaciones, de malentendidos, de choques, de
opresiones, y el carrusel de las fantasías se detendría.






Italo Calvino


lunes, 30 de abril de 2012

Utopía de un hombre que está cansado


Utopía de un hombre que está cansado

«Llamola utopía, voz griega cuyo significado es no hay tal lugar.»
-Quevedo-

No hay dos cerros iguales, pero en cualquier lugar de la tierra la llanura es una y la misma. Yo iba por un camino de la llanura. Me pregunté sin mucha curiosidad si estaba en Oklahoma o en Texas o en la región que los literatos llaman la pampa. Ni a derecha ni a izquierda vi un alambrado. Como otras veces repetí despacio estas líneas, de Emilio Oribe:

En medio de la pánica llanura interminable. Y cerca del Brasil, que va creciendo y agrandándose. El camino era desparejo. Empezó a caer la lluvia. A unos doscientos o trescientos metros vi la luz de una casa. Era baja y rectangular y cercada de árboles. Me abrió la puerta un hombre tan alto que casi me dio miedo. Estaba vestido de gris. Sentí que esperaba a alguien. No había cerradura en la puerta. Entramos en una larga habitación con las paredes de madera. Pendía del cielorraso una lámpara de luz amarillenta. La mesa, por alguna razón, me extrañó. En la mesa había una clepsidra, la primera que he visto, fuera de algún grabado en acero. El hombre me indicó una de las sillas.

Ensayé diversos idiomas y no nos entendimos. Cuando él habló lo hizo en latín. Junté mis ya lejanas memorias de bachiller y me preparé para el diálogo.

-Por la ropa -me dijo-, veo que llegas de otro siglo. La diversidad de las lenguas favorecía la diversidad de los pueblos y aún de las guerras; la tierra ha regresado al latín. Hay quienes temen que vuelva a degenerar en francés, en lemosín o en papiamento, pero el riesgo no es inmediato. Por lo demás, ni lo que ha sido ni lo que será me interesan.

No dije nada y agregó:

-Si no te desagrada ver comer a otro ¿quieres acompañarme?

Comprendí que advertía mi zozobra y dije que sí.

Atravesamos un corredor con puertas laterales, que daba a una pequeña cocina en la que todo era de metal. Volvimos con la cena en una bandeja: boles con copos de maíz, un racimo de uvas, una fruta desconocida cuyo sabor me recordó el del higo, y una gran jarra de agua. Creo que no había pan. Los rasgos de mi anfitrión eran agudos y tenía algo singular en los ojos. No olvidaré ese rostro severo y pálido que no volveré a ver. No gesticulaba al hablar.

Me trababa la obligación del latín, pero finalmente le dije:

-¿No te asombra mi súbita aparición?

-No -me replicó-, tales visitas nos ocurren de siglo en siglo. No duran mucho; a más tardar estarás mañana en tu casa.

La certidumbre de su voz me bastó. Juzgué prudente presentarme:

-Soy Eudoro Acevedo. Nací en 1897, en la ciudad de Buenos Aires. He cumplido ya setenta años. Soy profesor de letras inglesas y americanas y escritor de cuentos fantásticos.

-Recuerdo haber leído sin desagrado -me contestó- dos cuentos fantásticos. Los Viajes del Capitán Lemuel Gulliver, que muchos consideran verídicos, y la Suma Teológica. Pero no hablemos de hechos. Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido. Ante todo el olvido de lo personal y local. Vivimos en el tiempo, que es sucesivo, pero tratamos de vivir sub specie aeternitatis. Del pasado nos quedan algunos nombres, que el lenguaje tiende a olvidar. Eludimos las precisiones inútiles. No hay cronología ni historia. No hay tampoco estadísticas. Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte cómo me llamo, porque me dicen alguien.

-¿Y cómo se llamaba tu padre?

-No se llamaba.

En una de las paredes vi un anaquel. Abrí un volumen al azar; las letras eran claras e indescifrables y trazadas a mano. Sus líneas angulares me recordaron el alfabeto rúnico, que, sin embargo, sólo se empleó para la escritura epigráfica. Pensé que los hombres del porvenir no sólo eran más altos sino más diestros. Instintivamente miré los largos y finos dedos del hombre.

Éste me dijo:

-Ahora vas a ver algo que nunca has visto.

Me tendió con cuidado un ejemplar de la Utopía de More, impreso en Basilea en el año 1518 y en el que faltaban hojas y láminas.

No sin fatuidad repliqué:

-Es un libro impreso. En casa habrá más de dos mil, aunque no tan antiguos ni tan preciosos.

Leí en voz alta el título.

El otro rió.

-Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios.

-En mi curioso ayer -contesté-, prevalecía la superstición de que entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar. El planeta estaba poblado de espectros colectivos, el Canadá, el Brasil, el Congo Suizo y el Mercado Común. Casi nadie sabía la historia previa de esos entes platónicos, pero sí los más ínfimos pormenores del último congreso de pedagogos, la inminente ruptura de relaciones y los mensajes que los presidentes mandaban, elaborados por el secretario del secretario con la prudente imprecisión que era propia del género.

Todo esto se leía para el olvido, porque a las pocas horas lo borrarían otras trivialidades. De todas las funciones, la del político era sin duda la más pública. Un embajador o un ministro era una suerte de lisiado que era preciso trasladar en largos y ruidosos vehículos, cercado de ciclistas y granaderos y aguardado por ansiosos fotógrafos. Parece que les hubieran cortado los pies, solía decir mi madre. Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo. En el ayer que me tocó, la gente era ingenua; creía que una mercadería era buena porque así lo afirmaba y lo repetía su propio fabricante. También eran frecuentes los robos, aunque nadie ignoraba que la posesión de dinero no da mayor felicidad ni mayor quietud.

-¿Dinero? -repitió-. Ya no hay quien adolezca de pobreza, que habrá sido insufrible, ni de riqueza, que habrá sido la forma más incómoda de la vulgaridad. Cada cual ejerce un oficio.

-Como los rabinos -le dije.

Pareció no entender y prosiguió.

-Tampoco hay ciudades. A juzgar por las ruinas de Bahía Blanca, que tuve la curiosidad de explorar, no se ha perdido mucho. Ya que no hay posesiones, no hay herencias. Cuando el hombre madura a los cien años, está listo a enfrentarse consigo mismo y con su soledad. Ya ha engendrado un hijo.

-¿Un hijo? -pregunté.

-Sí. Uno solo. No conviene fomentar el género humano. Hay quienes piensan que es un órgano de la divinidad para tener conciencia del universo, pero nadie sabe con certidumbre si hay tal divinidad. Creo que ahora se discuten las ventajas y desventajas de un suicidio gradual o simultáneo de todos los hombres del mundo. Pero volvamos a lo nuestro.

Asentí.

-Cumplidos los cien años, el individuo puede prescindir del amor y de la amistad. Los males y la muerte involuntaria no lo amenazan. Ejerce alguna de las artes, la filosofía, las matemáticas o juega a un ajedrez solitario. Cuando quiere se mata. Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte.

-¿Se trata de una cita? -le pregunté.

-Seguramente. Ya no nos quedan más que citas. La lengua es un sistema de citas.

-¿Y la gran aventura de mi tiempo, los viajes espaciales? -le dije.

-Hace ya siglos que hemos renunciado a esas traslaciones, que fueron ciertamente admirables. Nunca pudimos evadirnos de un aquí y de un ahora.

Con una sonrisa agregó:

-Además, todo viaje es espacial. Ir de un planeta a otro es como ir a la granja de enfrente. Cuando usted entró en este cuarto estaba ejecutando un viaje espacial.

-Así es -repliqué. También se hablaba de sustancias químicas y de animales zoológicos.

El hombre ahora me daba la espalda y miraba por los cristales. Afuera, la llanura estaba blanca de silenciosa nieve y de luna.

Me atreví a preguntar:

-¿Todavía hay museos y bibliotecas?

-No. Queremos olvidar el ayer, salvo para la composición de elegías. No hay conmemoraciones ni centenarios ni efigies de hombres muertos. Cada cual debe producir por su cuenta las ciencias y las artes que necesita.

-En tal caso, cada cual debe ser su propio Bernard Shaw, su propio Jesucristo y su propio Arquímedes.

Asintió sin una palabra. Inquirí:

-¿Qué sucedió con los gobiernos?

-Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen.

Cambió de tono y dijo:

-He construido esta casa, que es igual a todas las otras. He labrado estos muebles y estos enseres. He trabajado el campo, que otros cuya cara no he visto, trabajarán mejor que yo. Puedo mostrarte algunas cosas.

Lo seguí a una pieza contigua. Encendió una lámpara, que también pendía del cielorraso. En un rincón vi un arpa de pocas cuerdas. En las paredes había telas rectangulares en las que predominaban los tonos del color amarillo. No parecían proceder de la misma mano.

-Ésta es mi obra -declaró.

Examiné las telas y me detuve ante la más pequeña, que figuraba o sugería una puesta de sol y que encerraba algo infinito.

-Si te gusta puedes llevártela, como recuerdo de un amigo futuro -dijo con palabra tranquila. Le agradecí, pero otras telas me inquietaron. No diré que estaban en blanco, pero sí casi en blanco.

-Están pintadas con colores que tus antiguos ojos no pueden ver.

Las delicadas manos tañeron las cuerdas del arpa y apenas percibí uno que otro sonido. Fue entonces cuando se oyeron los golpes.

Una alta mujer y tres o cuatro hombres entraron en la casa. Diríase que eran hermanos o que los había igualado el tiempo. Mi anfitrión habló primero con la mujer.

-Sabía que esta noche no faltarías. ¿Lo has visto a Nils?

-De tarde en tarde. Sigue siempre entregado a la pintura.

-Esperemos que con mejor fortuna que su padre.

Manuscritos, cuadros, muebles, enseres; no dejamos nada en la casa.

La mujer trabajó a la par de los hombres. Me avergoncé de mi flaqueza que casi no me permitía ayudarlos. Nadie cerró la puerta y salimos, cargados con las cosas. Noté que el techo era a dos aguas.

A los quince minutos de caminar, doblamos por la izquierda. En el fondo divisé una suerte de torre, coronada por una cúpula.

-Es el crematorio -dijo alguien-. Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre, creo, era Adolfo Hitler.

El cuidador, cuya estatura no me asombró, nos abrió la verja.

Mi huésped susurró unas palabras. Antes de entrar en el recinto se despidió con un ademán.

-La nieve seguirá -anunció la mujer.

En mi escritorio de la calle México guardo la tela que alguien pintará, dentro de miles de años, con materiales hoy dispersos en el planeta.


J. L. Borges


sábado, 21 de abril de 2012

No conviene que digamos el nombre...

No conviene que digamos el nombre...

No conviene que digamos el nombre
de aquel que nos piensa más allá de nuestro miedo,
Si tropezamos a tientas
con este extraño ciego
y nos sentimos observados siempre
por la blanca mirada del ciego,
¿dónde, sino en el vacío y en la nada,
fundamentaremos nuestra vida?
Intentaremos levantar sobre la arena
el peligroso palacio de nuestros sueños
y aprenderemos esta humilde lección
a lo largo del cansancio,
pues sólo así seremos libres para combatir
por la victoria última sobre el espanto.
Escucha, Sepharad: los hombres no pueden existir
si no son libres.
Que Sepharad sepa que nunca podremos existir
si no somos libres.
y clame la voz de todo el pueblo: «Amén».



Salvador Espriu i Castelló



martes, 3 de abril de 2012

Ahora que todo vuelve...

Ahora que todo vuelve...*

Ahora que todo vuelve: el silencio y la espera,
las palabras que hemos guardado en lugar seguro
todo este julio de viento y nostalgia.
Ahora que todo vuelve: la tibieza del cuerpo
aquietado y dócil bajo las manos amantes
y aquel perderse en las tardes tranquilas,
bosque adentro, por el tapiz crujiente de hojas de pino,
¿no es su valor este esfuerzo cálido y el quererse
con certeza a solas, la dura
voluntad de permanecer, presente ausente a la vez,
sin pensar que el tiempo es un vacío sin límites?

Mujer: nada me cuesta decir tu nombre,
aunque estés lejos. Lo escribo en las piedras y el agua,
en la sombra acogedora de los árboles a la vera del río
y en el comedor de casa. Sé que oirás
mis palabras, porque llevas en las manos
el signo de un tiempo nuevo, y has crecido en la esperanza
de que alguien lo aceptara sin hacerte preguntas.





Miquel Martí I Pol





*Cortesía de http://amediavoz.com

lunes, 2 de abril de 2012

Il pleure dans mon coeur

Buenas! Regreso luego de muchos meses a publicar en este espacio. Y que mejor manera que con un poema de Paul Verlaine. Cortito y al pie (la traducción)

Il pleure dans mon coeur

Il pleure dans mon coeur
Comme il pleut sur la ville ;
Quelle est cette langueur
Qui pénètre mon coeur ?

Ô bruit doux de la pluie
Par terre et sur les toits !
Pour un coeur qui s'ennuie,
Ô le chant de la pluie !

Il pleure sans raison
Dans ce coeur qui s'écoeure.
Quoi ! nulle trahison ?...
Ce deuil est sans raison.

C'est bien la pire peine
De ne savoir pourquoi
Sans amour et sans haine
Mon coeur a tant de peine !





<traducido>








Saludos!






pd: trataré de ser más constante con la actualización de este espacio :)

martes, 8 de noviembre de 2011

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Nire Poesía

Buenas noches estimados ocasionales lectores.
El espacio que nos ocupa esta noche es una suerte de "híbrido" entre poesía y música pero, a fin de cuentas, qué es la música sino "poesía hecha canción" (claro que algunos subgéneros musicales actuales ponen en duda esta idea...)
 El siguiente poema de Gabriel Aresti Segurola  es vasco y, como tal, fue escrito en euskera (aquella lengua superviviente del paso del tiempo; un infinito-y precioso-embate cultural)
 Música por Rogelio Botanz.

Nire Poesía (letra traducida*)
Mi poesía es muy barata
gratis la recogí de la boca del pueblo
y gratis se la devuelvo al oído del pueblo.

Yo también tengo mi verdad
y vale, tanto o más, que la del señor banquero.

Todas las cosas del mundo se gastan;
se gasta la salud y el amor, el deseo y el vicio;
la codicia y la vida.

Y lo que más fácilmente se gasta
es la cosa más perdurable del mundo,
lo más fuerte..., es el dinero.

Si alguien dice; en mi casa no hay paz
busque la paz en casa del vecino
o en el último rincón del mundo;
pero si tuviera paz en su casa,
que no busque la guerra en parte
alguna
porque perderá la paz y la casa
por los rincones del mundo.









*gracias blog Canción a quemarropa.

domingo, 30 de octubre de 2011

Irse

Muy buenas noches transeúntes de las redes y nómades de lo cotidiano. Esta noche quiero compartir un poema de Don Mario Benedetti, uno de mis escritores favoritos. Sencillo e infinito.

Irse


Cada vez que te vayas de vos misma
no olvides que te espero
en tres o cuatro puntos cardinales


siempre habrá un sitio dondequiera
con un montón de bienvenidas 
todas te reconocen desde lejos
y aprontan una fiesta tan discreta
sin cantos sin fulgor sin tamboriles
que sólo vos sabrás que es para vos


cada vez que te vayas de vos misma 
procurá que tu vida no se rompa
y tu otro vos no sufra el abandono /
y por favor no olvides que te espero
con este corazón recién comprado
en la feria mejor de los domingos


cada vez que te vayas de vos misma
no destruyas la vía de regreso
volver es una forma de encontrarse
y así verás que allí también te espero

"Primavera Retro"